8 dic 2010

Unos cincuenta hombres uniformados con los colores de diferentes empresas de seguridad privada aguardan sentados en uno de los laterales de la sala

Son las doce y diez de la mañana y la cosa va con retraso. Las autoridades aún no han entrado a la lúgubre Sala de las Carrozas del complejo Son Termens, una possesió mallorquina fundada por un caballero del rey Jaume I, reconvertida al mundo actual como centro para eventos, restaurante y campo de golf.
Unos cincuenta hombres uniformados con los colores de diferentes empresas de seguridad privada aguardan sentados en uno de los laterales de la sala (nunca pensé que en un sitio tan pequeño cupiese tanta gente).

Hace tiempo que terminaron los ensayos que les traían de aquí para allá, subiendo y bajando del escenario con la finalidad de que luego no se produzcan confusiones. Ya se sabe, “subís por aquí, recogéis el diploma, saludáis, foto, y luego bajáis por ese lado, dais la vuelta por detrás y os volvéis a sentar”. Los pobres parecían los extras de una película.

Poco a poco empiezan a entrar en la sala los señores con traje y corbata que llenaban el salón contiguo y los que apuraban sus cigarrillos en la terraza de la entrada. Van tomando asiento en las primeras hileras de sillas, ocupadas hasta ese momento por cartelitos cuidadosamente doblados en los que se puede leer con letra de trazo barroco la palabra ‘Reservado’.

Algunos policías con su traje de gala se mueven nerviosamente ultimando detalles, entrando y saliendo a través de la cortina que hay tras el escenario, hasta que la actividad cesa de pronto y todo el mundo se pone en pie. Alguien comenta divertido, en voz baja, que parece que estemos en una iglesia, mientras entran las autoridades y se sitúan en la mesa que preside el acto.

El Jefe de la Unidad Provincial de Seguridad Privada, que coordina el evento, toma la palabra para dar la bienvenida y elogiar la labor del sector y los profesionales. Sus buenas intenciones chocan de bruces con la falta de luz del escenario. La Sala de las Carrozas es un lugar oscuro como debían ser los castillos en el siglo XIII, y a nadie se le ocurrió poner un flexo sobre el atril. El buen hombre tiene que acercarse a sus papeles para poder terminar el parlamento y anunciarnos la proyección “de un bonito vídeo sobre seguridad privada” que todos aguardamos con verdadera expectación.

¡ Ahí va ¡, pero si esa se parece a Cameron Díaz, y ese es Jack Nicolson, y ese es Sean Penn… ¡¿Unos actores de cine americano en un vídeo sobre seguridad en España?!... No, sólo eran brevísimos fragmentos de películas, como esos que ponen las productoras al principio de los DVD’s con fines comerciales, y una voz en off que decía que vigilaba a éste y a aquella, y a aquél de más allá, y terminaba diciendo que los vigilantes eran “los mejores profesionales” (¿?) Que me maten si no han cogido el movierecord de la TriStar Pictures y le han puesto una voz encima.

Tardé unos instantes en recuperarme de la impresión tan rara que me había causado aquello, y lo primero que hice fue lanzar una rápida mirada a la sala para ver si yo era el único que no lo había entendido. Respiré con alivio. Todo el mundo miraba a todo el mundo sin saber muy bien quién sería el primero en aplaudir.
La extrañeza general dio paso a los discursos de las autoridades, en los que abundaron los elogios y parabienes mutuos, los “necesitamos trabajar juntos” y los “hay que colaborar más estrechamente por la seguridad de los ciudadanos”, que invariablemente sazonaron las argumentaciones de unos y otros.

Eché en falta que alguno de los vigilantes pudiera tomar la palabra y dirigirse a los presentes, al menos para agradecer el reconocimiento de manera breve. No en vano se suponía que aquél era su día. Pero su papel ya estaba escrito y consistía en desfilar por la tarima, saludar, recoger, girarse para la foto y hacer mutis por el otro lado.
Aunque no faltaron momentos emotivos. El más importante, sin duda, cuando se hizo entrega de una placa a la madre de Diego Salva Lezaun, uno de los guardias civiles asesinados el año pasado por ETA en Calviá. El Auditorio entero se puso en pie y aplaudió a brazo partido en una ovación de agradecimiento que se repitió cuando se entregó la siguiente placa al Coronel en Jefe de la Guardia Civil en Baleares para que la hiciera llegar a la familia del otro fallecido, Carlos Saenz de Tejada.
Pasaron varios minutos de ovación cerrada hasta que pudieron pronunciarse los nombres de los dos últimos reconocidos: Pilar Mora, por su labor al frente de la academia Mayo, y D. Gines Cruz, el jefe de la Unidad Provincial de Seguridad Privada de Baleares por sus esfuerzos al frente de la unidad.

El último en tomar la palabra fue el Delegado del Gobierno, Ramón Socías, quien hizo gala de la mejor de las memorias posibles al acordarse, por supuesto, de Diego y Carlos, pero también del vigilante que murió en las obras de son Espases, y del bombero que murió intentando apagar un fuego, de las víctimas de la violencia machista…, y en otro sentido, de las familias de los vigilantes, a las que agradeció “que seáis la cara amable cuando vuelven a casa después de una jornada que a veces es larguísima y con un trabajo que no siempre es reconocido”.

“Gracias por estar a su lado – sentenció-. Os animamos a que les apoyéis porque les necesitamos”, y un aplauso general dio por terminado el acto protocolario mientras todos se iban hacia la terraza, donde les esperaba un refrigerio promovido por la organización.
Allí, bajo los rayos templados del sol de noviembre, la fiesta giró por fin en torno a sus verdaderos protagonistas.

Las familias, orgullosas, posaban junto a sus padres, sus hijos y sus hermanos. Había corrillos por aquí y por allá. Los compañeros de la misma empresa se buscaban y se sacaban fotos juntos, y hasta los señores de traje y corbata se acercaban y por un momento les saludaban y se mezclaban con ellos para salir en la foto.
El reloj marcaba las dos menos cuarto. En apenas diez minutos, los patrocinadores, los colaboradores, las autoridades y los miembros de la comisión organizadora se retirarían a los salones privados par degustar el menú de la comida oficial. Las familias volverían de nuevo a casa con su rutina diaria y un diploma para enmarcar, mientras que algún vigilante apuraría su copa y saldría corriendo para empezar turno en su servicio.

Eso es la seguridad privada en estado puro.

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