Es marroquí, tiene 28 años, cuatro hijos y vive bajo una amenaza de muerte constante. Durante 10 años ha estado durmiendo con su enemigo: su marido. Un hombre que, en vez de dirigirse a ella por su nombre, le llamaba "hija de puta". Un hombre que, en lugar de caricias, le propinaba golpes y la quemaba con cigarrillos. Hasta que ella, harta de los maltratos, acudió hace un par de meses a la comisaría de Leganés (Madrid) y presentó denuncia. La Unidad Policial de Asistencia y Protección a las víctimas de violencia de género (UPAP) estudió su caso y comprobó que Fátima Alí (nombre ficticio) se hallaba en una situación de "riesgo extremo". De no tener escolta, podría ser asesinada.
La inspectora Paloma Heredia, jefa de la UPAP, se lo explicó muy claro cuando la recibió en su pequeño despacho. Primero le dio los consejos obvios de cambiar la cerradura de su casa y evitar las zonas que sospeche que pueda frecuentar Mohamed (nombre supuesto).
-Aparte de eso, le voy a entregar un teléfono móvil que tendrá que llevar siempre consigo. Basta con que apriete cualquier tecla del aparato para comunicar inmediatamente con la policía. Da igual dónde esté. Da igual que esté en Leganés que en Ávila. Al pulsar cualquier botón le responderá un agente que inmediatamente sabrá que es usted una víctima a la que hay que dar la máxima protección por sufrir un riesgo extremo de agresión por parte de su marido.
Fátima tiene escolta día y noche. No puede dar ni un paso sin llevar tras de sí a dos policías. Pero es capaz de contar su historia con serenidad. Su rostro no denota los golpes, el sufrimiento, el temor...
"¿Que cómo empezó lo de mi marido? Cuando yo tenía 16 años, la madre de él habló con mi padre. Entre ellos dos arreglaron nuestro matrimonio. Las cosas funcionan así en Marruecos".
Se casaron sin más prolegómenos. Pese a ser primos hermanos, Fátima y Mohamed se conocían de refilón. Ella se trasladó a España, donde ya vivía su esposo. La pareja fue bien al principio. "Pero poco después él cambió radicalmente", explica Fátima, de mediana estatura y de cabello azabache.
Nada en su aspecto revela su origen magrebí: ni su hablar suave y pausado, sin el menor acento, ni sus rasgos físicos, ni la ropa a la occidental que viste (un pantalón, una camisa y una rebeca). Después de 12 años en Madrid tiene la nacionalidad española y los papeles en regla. Está plenamente integrada en la sociedad.
"Él entraba en casa y me gritaba. Yo era como una esclava para él. Llegaba borracho y drogado. Y me pegaba". A pesar de los constantes maltratos, Fátima ha tenido con ese hombre cuatro hijos (el mayor de ellos es una niña de 10 años; el menor nació hace apenas tres meses). Ella cuidaba de la prole y a la vez trabajaba de limpiadora y cuidadora de ancianos para así aportar unos cuantos euros más a la familia. "Él cobraba su sueldo, me daba dinero, pero luego me lo quitaba. Así que con frecuencia yo tenía que pedir ayuda a mis padres para comprar comida y pagar los gastos de la casa", explica esta mujer menuda y a veces, sólo a veces, risueña.
Fátima ha vivido muchos "momentos insoportables". "Uno de los peores fue cuando en 1999, estando embarazada, me dio un empujón", confiesa. "Eso me provocó un aborto. Perdí el hijo que llevaba en mi vientre". Pero no hizo nada, siguió conviviendo con su agresor. Sufriendo en silencio. Un silencio quebrado sólo por las confidencias a sus propios padres, que también residen en España.
En 2007, harta y desesperada, venció sus miedos, sus convencionalismos y los tabúes heredados de su origen marroquí. Fue a una comisaría y denunció al hombre que les estaba dando tan mala vida a ella y a sus hijos. Pero después se echó para atrás. "Él me llamó y me suplicó: 'perdóname, no te voy a volver a pegar más, estoy seguro de que todo nos va a ir bien a partir de ahora...'. Y yo fui y le perdoné".
A Fátima le ocurrió lo mismo que a miles de mujeres que sufren idéntico tormento: confió en esas buenas palabras, retiró la denuncia y aceptó convivir de nuevo con el padre de sus hijos, con el marido que le había buscado su familia. "Hay muchas mujeres que tienen una gran dependencia emocional y económica del marido o del compañero sentimental", tercia la inspectora Heredia, responsable directa de la seguridad de esta víctima de la violencia de género.
Fátima se convenció de que las cosas podían cambiar. Sin embargo, la realidad es que la convivencia con su marido siguió siendo un infierno. No podía salir a la calle sin antes pedirle permiso. Siguieron los insultos. Las amenazas. La situación, lejos de mejorar, empeoraba. "Me gritaba: 'te voy a matar, hija de puta... Ésta va a ser la última vez...'. Empecé a tener miedo por mí y por mis hijos. La mayoría de los hombres marroquíes son muy machistas. Ellos creen que su mujer es su mujer, la consideran de su propiedad".
Fátima se convenció de que las cosas podían cambiar. Sin embargo, la realidad es que la convivencia con su marido siguió siendo un infierno. No podía salir a la calle sin antes pedirle permiso. Siguieron los insultos. Las amenazas. La situación, lejos de mejorar, empeoraba. "Me gritaba: 'te voy a matar, hija de puta... Ésta va a ser la última vez...'. Empecé a tener miedo por mí y por mis hijos. La mayoría de los hombres marroquíes son muy machistas. Ellos creen que su mujer es su mujer, la consideran de su propiedad".
Ella respondió que sí, que no iba a volver a arrepentirse y retirar la denuncia contra su marido Mohamed.
El caso fue evaluado por agentes del Servicio de Atención a la Familia (SAF), quienes le informaron a Fátima de que el caso iría a manos de un juez y que sería éste el que estableciese las medidas a adoptar. Y el juez dictó una orden de protección. No podía prohibir al marido que se acercase a ella, sencillamente porque ese hombre está en paradero desconocido. Tras estudiar la situación, la policía llegó a la conclusión de que la denunciante está en "riesgo extremo" por la posibilidad de sufrir una agresión fatídica -y mortal- en cualquier momento. Es la misma situación en la que se hallan 26 mujeres más y otras 500 que afrontan un "riesgo alto" (un grado menor) en toda España. El Ministerio del Interior carece de datos sobre la situación de Euskadi, donde la Ertzaintza se ocupa de esta tarea, y Cataluña, donde es cometido de los Mossos d'Esquadra.
En lo que llevamos de año son ya 23 las mujeres que han muerto en España, víctimas de la violencia machista. Sólo cuatro de ellas habían presentado denuncia previa contra sus maltratadores. Se aprecia un cierto repunte criminal, si se tiene en cuenta que durante 2009 se registraron 58 homicidios. Nadie sabe a qué se debe esta escalada.
Los encargados de canalizar la protección a Fátima son los integrantes de la UPAP de Leganés, que, junto con casi 600 compañeros más en toda España, son los responsables de movilizar los recursos necesarios para impedir que las denunciantes puedan ser atacadas o asesinadas.
"Me pongo mala cada vez que oigo que un hombre ha matado a una mujer", admite Fátima, que no se separa jamás del teléfono móvil. Es su tabla de salvación. El cordón umbilical que le mantiene unida día y noche a sus protectores de la policía. Lo cuenta ella misma:
-Una vez, hace poco, vi a mi marido que estaba como escondido cerca de un supermercado próximo a mi casa. Llamé a la policía y rápidamente se presentaron cuatro coches patrulla. Al verlos llegar, mi marido salió corriendo.
Mohamed, que hoy tiene 33 años, usa cinco identidades falsas, según fuentes policiales. Ha sido detenido en varias ocasiones, sobre todo, por robo y tráfico de drogas. Ahora mismo está en paradero desconocido, por lo que pesa contra él una orden de busca y captura. Eso impide, por ejemplo, que el juez pueda ordenar que se le coloque una pulsera telemática para tenerle controlado y evitar así que pueda acercarse a su esposa.
Como casi todos los días, Fátima llama bien de mañana a la policía. "Necesito salir para hacer unas compras", explicó. Una vez más, la inspectora Heredia le recordó que permaneciese en su casa hasta que llegasen unos agentes a recogerla. Le insistió en que ni siquiera saliera al portal a esperarlos porque eso suponía un riesgo: su marido podía estar allí, agazapado, y agredirla antes de la llegada de sus escoltas.
-Omega 1 para UPAP cero. ¿Me recibe?
-Adelante, UPAP cero.
-Van ustedes a dirigirse al número... de la calle... a recoger a una víctima de violencia de género. Es una mujer que está en situación de riesgo extremo. Como saben, tienen que tenerla protegida permanentemente hasta que la devuelvan a su domicilio. ¿Han recibido?
-Recibido, UPAP cero.
Los dos agentes de un coche patrulla de Seguridad Ciudadana recogen a Fátima y se trasladan hasta una tienda de moda. Antes de que ella entre en el establecimiento, los policías echan una rápida ojeada para comprobar que no hay ningún peligro, que el esposo de la protegida no está dentro.
Después, mientras Fátima busca unas ropas infantiles, los agentes esperan a la puerta de la tienda en actitud vigilante.
-Necesito acercarme al colegio de uno de mis hijos, explica la mujer.
-No hay ningún problema. Nosotros le acompañamos.
El centro educativo está muy próximo. Los agentes deciden ir a pie. Fátima camina seguida a corta distancia por los dos uniformados, que miran a un lado y otro de la calle para evitar sorpresas.
¿Cómo ha cambiado la vida de Fátima desde que denunció a su marido?
"Ha cambiado por completo.
Ahora me siento muy segura. Me siento muy arropada por mis padres y por la policía", asegura. ¿Pero no es enojoso tener que moverse siempre con dos sombras a sus espaldas? "No. No me molesta en absoluto tener que ir acompañada por unos agentes. Eso me da tranquilidad", añade, antes de animar a quienes están en su misma situación a dar el paso de denunciar a sus maltratadores.
En la actualidad, en las bases de datos del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil constan más de 100.000 denuncias por malos tratos formuladas por otras mujeres. "Hay muchas mujeres que nos escriben dándonos las gracias por la atención que reciben. También hay muchas otras que nos confiesan que habrían puesto la denuncia antes si hubieran sabido cómo funciona la policía en estos casos", recalca la inspectora Heredia.
Fátima, pese a la evidente pérdida de libertad que le supone la protección permanente, afirma que está muy contenta de haber dado este paso. "Mi hija mayor ha mejorado mucho en los estudios escolares. Ella no quiere volver a ver a su padre. Hay veces que me dice: '¡Ojalá atrapen a ese hijo de puta!' Ni siquiera se refiere a él llamándole papá".
Hace unos días, el delegado del Gobierno para la Violencia de Género, Miguel Lorente, insistió en la conveniencia de que tanto las víctimas como su entorno denuncien los malos tratos, además de recomendar a estas personas que desconfíen de las buenas palabras de los agresores y de su aparente arrepentimiento. Lorente ha denunciado también la infrautilización de las pulseras electrónicas -sólo hay activas unas 250- que sirven para mantener controlados a la víctima y al maltratador durante las 24 horas del día.
Cuando Fátima ha terminado la gestión que iba a hacer en el colegio de uno de sus cuatro hijos, sube de nuevo al coche patrulla que le trasladará hasta su vivienda. Los agentes se aseguran de que entra en ella y que cierra la puerta. Uno de los policías coge entonces el transmisor portátil de su emisora:
-Omega 1 para UPAP cero... ¿Me recibe?
-Adelante, Omega 1.
-Es para comunicarle que hemos finalizado el servicio encomendado. Hemos dejado ya a la protegida en su domicilio.
El País.
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